Su boca dulce

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¿Qué pasaría si este halo de discernimiento que comienza a recorrer mis cavidades corporales, alumbrara y me mostrara con detalle las infinidades que lo forman, iluminándo una realidad desconocida aunque clara y concisa?


Escucho sus palabras. Una tras otra brotan de su boca con la ilusión de una niña emocionada, incluso la imagino con una comba sujeta por sus diminutas manos, mientras nerviosa por la rápida afluencia de ideas a su cabeza, se mueve apoyándose entre el tacón y la puntera de sus botas.

En los últimos meses nuestra conversación se ha convertido en una búsqueda de posiciones, casi siempre enfrentadas, entre compañeros que no se conocen a pesar de llevar más de ocho años conviviendo en el mismo espacio.

Y de nuevo ella quiere compartir una historia cotidiana que por vergüenza, no se atreve a contar a otra persona, a otros compañeros de rutina, lo que refleja esa ligera confianza que todavía hay entre los dos.

Mi voz interior dice, ¡escucha!, mientras los sentidos se vuelcan en la atención de unas palabras que por pequeñas e insignificantes que parezcan, relatan con entusiasmo una historia que me atrapa esperanzado por percibir algo fuera de lo acostumbrado.

- Ayer estuve en el endocrino- dice, mientras percibo como sus ojos quieren huir del contacto. Husmeo su rostro ante el rubor que aparece. La determinada firmeza con la que comienza se difumina. Quizás se siente intimidada, me digo.

El silencio rellena nuestro espacio. Le pesa seguir hablando. Intento desdibujar esa visión infantil que muestra a menudo, suavizando mi sonrisa, abriendo la oportunidad a otra mujer.

- Me ha dicho que no me preocupe- continúa-. Los análisis están bien y en su opinión, puede ser una alteración hormonal producida como consecuencia de la menopausia. De todos modos me ha pedido que deje de fumar. Puede que el tabaco haya modificado mis papilas gustativas, provocando ese sabor dulce que siento en todo lo que acerco a mis labios.

Escucho sus palabras ilusionado. De hecho tanta atención por mi parte es debido a que por alguna razón desconocida, percibo algo maravilloso que esta a punto de suceder. Pero… poco a poco.

- Lo que me sucede es una reacción muy normal en el entorno de las madres primerizas. Sus bocas se convierten en océanos de azúcar, provocando reacciones dulces en todo aquello que degustan, como a mí me está sucediendo ahora.

Desvío por un instante su atención, bromeando acerca de la posibilidad de que estuviera de nuevo embarazada. Y de pronto, me acaricia una ráfaga de aire fresco que atraviesa mi cuerpo vestido con la ropa de trabajo, cambiando el sudor acumulado de los últimos días, por una fragancia con notas de ilusiones que suavemente van acelerando el ritmo del músculo rey que me gobierna.

Me regalo unos segundos de silencio. Observo como el tren sale cargado de sensaciones y recuerdos, de todas esas charlas compartidas durante meses. Varias de las piezas, comienzan a descolgarse, alejándose de formas pasadas, huecos vacíos, uniones espontáneas.

Hijo, ella, necesidad de ser madre, acunar entre los brazos, felicidad, enfermedad…

Una a una las ideas se van acercando a mí, a pequeños pasos. Toman mis manos haciéndome títere de una situación desconocida. Voy colocando bordes, esquinas, relleno el interior del puzzle mientras formo un dibujo indescriptible.

Mi rostro refleja una relajada sonrisa que hace a Sara sentirse confundida. Percibo cómo crece su desilusión. La observo con detalle. Quizás lo inverosímil de su historia hace que se sienta un poco ridícula. 

La boca dulce. Su boca dulce.

La emoción invade por completo la serenidad de mi cuerpo. Mi cabeza espera ansiosa su turno para poder hablar. Necesito muchisima calma. Necesito sentirme escuchado, por irreal, por fantástico, por mágico que parezca, necesito que me escuche. De una u otra forma, es posible que en ese mar de dudas en el que ahora navega exista una luz que lo aclare todo.

- ¡Jode, Sara! Necesito que me escuches. Lo que te voy a decir te va a parecer un cuento pero, puede que tenga mucho que ver contigo.

Tomo aire mientras cambio mi traje de faena por el de un terapeuta intranquilo. De esos que no saben esperar con respeto el proceso de la persona que tiene enfrente. 

Necesita ser escuchada, pero mi narcisismo no puede evitar expresar el relato que acabo de sentir. Necesito entregarle la llave que puede abrir el misterio que encierra su boca dulce.

- ¿Le has dado el pecho a tu hijo?- pregunto, esperando que venga sola la respuesta que necesito.

- No, no pude darle el pecho,- dice, mientras su estructura corporal se encoge, se cierra sobre si-  él no quiso mi leche. Desde el primer día tuve que alimentarlo con un preparado lácteo.

Atrévete, - me digo- atrévete. 

Ahora soy yo el que me siento ridículo hablando de mis sensaciones con una persona veinte años mayor, explicándole percepciones que no encajan con su forma de vivir.

Su hijo padece de una enfermedad crónica, derivada de un trastorno de personalidad. Para encontrar equilibrio en su rutina diaria, necesita delicados tratamientos capaces de restablecer la química de su cerebro. De esta manera le ofrecen a un adolescente con muchas dificultades sociales, la oportunidad de sentir y abrirse a un mundo cerrado hasta entonces.

¿Cómo le explicas a un adolescente que no es como el resto, cuando por el hecho de serlo ya se percibe extraño? ¿Cómo le ayudas a crecer necesitado de unos cuidados especiales, sin hacerle sentirse más frágil? ¿Cómo evitas que se transforme en un monstruo tras una crisis psicológica? ¿Y que su equilibrio mental no se rompa en mil pedazos? ¿Cómo le enseñas a querer y valorarse por lo que es y no por lo que desea?

Respuestas que los manuales no enseñan. Que aprendemos si la vida y nuestra pasión es lo suficientemente desgarradora como para revolcarnos varias veces

Cuando creemos que todo acaba, con la ayuda de los pies y alzando la mirada lograremos levantarnos de nuevo, si y solo si, elevamos nuestro brazo para dejar que el aire que soplaba y nos tumbaba, nos recoja y acompañe.

Respiro. La miro. Percibo el entusiasmo que en otras ocasiones ha acompañado nuestras charlas.

- Para que puedas comprender lo que quiero transmitirte necesito que sepas como aprendo a escuchar con todo mi cuerpo. De las palabras que llegan a mis oídos. Del aire que acaricia mi piel y equilibra mi temperatura. Saboreo las sutilezas entremezcladas en mi boca. Huelo las emociones enmascaradas. Observo las minúsculas reacciones en los rostros. Y todo ello me acerca o me separa de las conversaciones. ¿Son coherentes, o por el contrario las percibo frías, ciegas, evitativas? Al mirar a los ojos del otro en ocasiones soy capaz de ver su película. A menudo es una cinta que golpea una y otra vez sobre el objetivo, con el ritmo fijo de cincuenta fotogramas por segundo. Largometrajes que acabaron hace tiempo dejando a su alrededor un aura de desesperanza que las persigue y acompaña, quizás hasta la muerte.

Percibo como se ha perdido entre mis frases, mientras su alegre rostro me muestra su entusiasmo por seguir escuchando. No pares, me dice sin abrir su boca. 

Continúo.

- Hace tiempo que te escucho y me pregunto cómo puedo ayudarte. Sé, la dureza que vives en la relación con tu hijo. El muro infranqueable que necesitas traspasar cada día. Es difícil aceptar que sólo puedes estar al lado de tu hijo y que nada puedes hacer por él.

Tomo aire.

- Ahora sí percibo como puedo ayudarte, a través de lo que mi cuerpo ha experimentado hace unos instantes al escuchar tus palabras. Me dice que tienes otra oportunidad para creer en ti. Un abrazo, uno solo, eso es lo que tu hijo necesita.

- Pero, ¿si yo le abrazo?

- Lo sé, Sara, lo sé. No me refiero al gesto que haces desde siempre, escucha. -enfatizo- Percibo que has vuelto al pasado, a ese momento en el que ilusionada por lo que estas viviendo, sonríes emocionada ante la llegada de tu hijo cada mañana al levantarte, orgullosa de sentirte mujer y madre al mismo tiempo. Como te buscas en el espejo y en su reflejo descubres la figura que crece dentro.

Sus ojos se iluminan. El brillo de la luz que choca con sus lágrimas, delatan como sostiene el momento para no bañar sus cansados ojos.

- Percibo tristeza una vez que has sido madre. Como tragas saliva cada vez que quieres amamantarlo y no puedes sentirle entre tus brazos, mientras acaricia con sus jóvenes labios tus hinchados pechos. Nutrirle, nutrirse de tu propia vida. Son tus palabras las que me hablan. Esa boca dulce que sientes, me habla de regresar a ese estado. Han pasado ya veinte años. Necesitas encontrar la forma de retomar aquello que perdiste. Ser capaz de abrazar a tu hijo, de hacerle sentir que se está alimentando de ti. Que su cuerpo sienta que le das cuanto se negó en su momento. No sé, quizás, se reinicie él mismo y esa carencia de moléculas que su cerebro tanto reclama, se suavice. ¿Y si existiese una sabiduría ancestral dentro de cada uno de nosotros? ¿Y si él, poco a poco, consiga darse cuenta de que su único camino en esta vida es cuidarse, como tú lo haces?

El silencio surgido es necesario. Me cuesta asimilar toda esta información descontrolada.

- Necesitaba expresarme. Puedes llamarlo como quieras. No voy a juzgarte, ni a castigarme por ello. Esta hecho. La magia se asienta dentro y fuera, en las palabras, en la esperanza, en los impulsos que hacen posible saltar carros y carretas.

- Seguro que falto a tu respeto y lo siento.

Mientras, nuestras miradas van acercándose hasta ese abrazo capaz de transformar el dolor diario en una fragancia de flores silvestres.
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