El primer adiós

12:53



Sin avisar. Sentado en la penumbra de la sala de estar, Daniel recibe la más terrible de las noticias.


Se muere.


Un carcinoma y su metástasis, se comen por dentro a su amigo, a su cuñado, y solo tiene capacidad para escuchar su silencio, de un peso tan terrible, por inesperado.



Les mira. Su hermana se agarra a su mano, y la tristeza que les viste, convierte el color amarillento de la cara enferma, en un vano recuerdo de múltiples disfraces, con los que tanto ha reído y disfrutado en las noches de alcohol y drogas.

El tiempo se desliza lentamente por sus vidas, necesitados de pausar al mundo enfermo, para ser capaces de encontrar una solución positiva al desenlace. 

Como el polvo revuelto de una habitación abandonada.

Dos meses exactos. Sesenta y dos días. De los de treinta y uno. 

Por fortuna, la vida tan rastrera a veces, les ofrece compartir uno de los dos espacios de tiempo que un par de veces se produce al año.

Su amor sabe aferrarse y soltarse por momentos, consciente de los últimos instantes que transcurren juntos. Día y noche, sin descanso. A su lado, cuidando de su trozo de corazón, con las ganas y el empeño de quien quiere encontrarse así misma.

Escasos son los ratos en los que la compañía de Daniel hacen sentirse fuera de aquel mal trago a su hermana. Momentos únicos para aprender a separarse de un amor que llega a su fin.

El miedo a la muerte, asoma desde dentro, en silencio recorre, aturde y bloquea su cuerpo.

Daniel quiere pasar más tiempo con ella, pero no sabe cómo hacerlo. Percibe la falta de sentimientos maduros, tapados por el desasosiego a un nuevo abandono. 

Y cuando su vida, degenerada por el daño que le producía en el cerebro acabó, Daniel fue incapaz de saber estar alrededor de todos aquellos que a partir de entonces le echarían de menos.

No pudo caminar hacia el lugar santo donde todos lloraron el espacio que ya no iba a cubrir con su sombra de vida. Como si de un día cualquiera se tratara, siguió trabajando en su puesto de aquella guillotina de almas, consciente de que al menos la suya, sí segaba.

Todo se quedó dentro de él. Aquel trago amargo se depositó en el interior de una mochila cargada con los treinta años que llevaba a la espalda.

Pero el silencio del dolor, esta vez no fue en vano.

Sin saber cómo, partiendo de un universo que permanecía oscuro y en silencio, comenzó a revelarse y a girar en sentido contrario, siguiendo leyes de física y cuántica, haciendo del caos que hasta entonces gobernaba su vida, un brote continuo de discernimiento incapaz de controlar.

Esta claro. Demasiado. 

Por una vez ha podido sentir qué es lo que su vida necesita. Un amor capaz de darle lo que él es capaz de ofrecer. Nada de tantos por ciento desnivelados, donde siempre sale perjudicado, por el empeño de no querer sentirse de nuevo abandonado. 

Se acabó.

- Quiero sentir lo que mis ojos me han enseñado en esos treinta y dos días de acompañamiento perfecto- se dice así mismo.


-  Quiero eso mismo para mí. Sé, que el propósito es desmesurado y es la mejor manera de comenzar a sentirme diferente.


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